Las maneras que tenemos de presentar el paisaje y la vivencia que nos aporta son, en el fondo, un reflejo de nosotros mismos, que acaba convirtiéndose en un mapa que dibuja nuestra topografía interior.

En el ejercicio de mirar la realidad que nos envuelve , -y el paisaje no deja de ser una parte, un conjunto de elementos que se interrelacionan creando un marco, un límite, a veces preciso y otras difuso- nos damos cuenta de que en el proceso de la mirada, y de todos los acontecimientos que se desencadenan a partir de ésta (pensamientos, actitudes, acciones…), se evidencia toda la estructura que nos conforma (cultural, social, psicológica, física…). Por tanto, el vínculo que se establece entre nosotros y el paisaje que observamos nos lleva a una nueva construcción del mismo.

Y esta construcción no se refiere a una creación artística o a una representación, sino a una visión que surge de nuestra propia estructura de pensamiento.

La manera como concebimos el paisaje condiciona también el modo en que nos enfrentamos a él para modificarlo. Podríamos decir que las primeras modificaciones conscientes se produjeron en el momento en que el hombre pasó de ser recolector a ser agricultor. Esto provocó una modificación geográfica del espacio. Es más, quizás este cambio se desencadenó antes, cuando el hombre primitivo decidió cortar una rama para guarecerse de la lluvia, realizando así una alteración arquitectónica del espacio.

Es probable que estos dos cambios se produjesen a la vez, en un espacio de tiempo, digamos coetáneo, que no simultáneo, ya que seguramente hubo una metamorfosis en el interior del hombre primitivo que le permitió pensarse no tan sólo como una parte más en todo su sistema, sino como una parte que podía reconvertir algunos elementos de este ecosistema en beneficio propio, interviniendo y modificando el espacio.

Este cambio de mentalidad produjo un cambio radical y profundo de toda la estructura social, mental y sagrada del hombre, que al mismo tiempo transformó por completo la superficie del planeta.

Los discursos sobre nuestra relación con la naturaleza nos plantean si nos consideramos más parte de todo un sistema o, por el contrario, el hombre es ajeno y, por tanto, es un elemento diferente. De manera muy genérica, éstas son las dos posturas que definen nuestro rol ante la naturaleza.

Si el hombre primitivo se consideraba a si mismo usufructuario de un territorio, de una naturaleza que lo envolvía, de la cual formaba parte y que le ofrecía unos frutos para alimentarse en este contexto concreto, es lógico que apareciera el concepto de sagrado hacia la naturaleza propio de las civilizaciones ancestrales. Por tanto, vemos que la relación con aquello sagrado no deja de ser una relación de gratitud e intercambio, a la vez que temor ante lo más grande y desconocido. Si embargo, a pesar de ello, hay una identificación entre el hombre y la naturaleza. Así, cualquier intervención que le afecte tanto positiva como negativamente afectará directamente al hombre ya que forma parte de ella. Bajo este concepto, se deben entender todos los rituales de ofrendas a la madre naturaleza.

Nos encontramos en una situación de equilibrio en la que el hombre y la naturaleza forman una unidad y este equilibrio empieza a romperse cuando el ser humano se da cuenta de que puede intervenir en este proceso y modificar –cultivar- el territorio. Esto acaba llevando al hecho de que considere que tiene unos derechos sobre el territorio que trabaja, derechos que desembocan en un sentido de propiedad.

El vínculo de propiedad no comporta una situación de respeto ni de igualdad, sino todo lo contrario, nos sitúa en otro nivel respecto a aquello poseído; ya no somos una parte integrante, el hombre y la naturaleza se han escindido.

¿Fue esta variación el inicio de una catástrofe o, por el contrario, el inicio de una evolución/revolución imparable hacia un mundo mejor? ¿Dónde está la frontera/el límite de estas modificaciones, de esta evolución: históricos, morales, de supervivencia, espaciales, técnicos, científicos…?
Éstas son algunas de las preguntas que surgen cuando pensamos en el paisaje y en el papel que ejerce sobre el hombre en su constante modelación. La obra de los artistas de esta exposición va más allá. Todos ellos transgreden no el concepto de paisaje, sino el paisaje mismo a través de la creación de unos paisajes híbridos que diluyen los límites entre lo natural y lo artificial. Pero a la vez, nos hacen reflexionar sobre qué se puede considerar como natural y qué se puede considerar como artificial. Verdaderamente, hoy en día existe (o ha existido alguna vez) en sentido estricto lo natural? ¿Una familia de guisantes modificados genéticamente según el método de Mendel se puede considerar artificial? ¿Es cuando entra en un laboratorio que es artificial? Como siempre, las preguntas siempre son más que las respuestas…

¿Qué relación se establece entre hombre y naturaleza? ¿Y qué pasa cuando esta relación está mediada por la tecnología y/o ciencia? Es indudable que la ciencia es una estructura de pensamiento y una construcción cultural. Como dice Dora Fried Schnitman, una matriz social más, por bien que la queramos entender, todavía hoy, como un vehículo objetivo, externo a lo personal y humano, externo a lo subjetivo, en definitiva.

Si desde la antigüedad hasta la edad media había una concepción del saber, del conocimiento entendido como una unidad, si bien categorizado, estas categorías no estaban desligadas entre sí. Había tan sólo una oposición entre el conocimiento y la ausencia de conocimiento o ignorancia, entre la luz y la oscuridad, pero el pensamiento era todo un continuum.

Esta concepción empieza a resquebrajarse en el siglo XVII, el siglo de la ciencia, en el que los conocimientos se especializan de tal manera que van perdiendo la conexión entre ellos. Este proceso culmina en el siglo XX, en aquello que C. P. llamará las “Dos Culturas”: la humanística y la científica.

De esta manera, aparecen dos grandes vías de aproximación a la realidad que se desarrollarán paralelamente hasta nuestros días. Como resultada evidente, la propia realidad ha sido la encargada de poner constantemente en entredicho esta escisión, planteando graves problemas filosóficos a los científicos pero, a la vez, aportando planteamientos metodológicos, propios de la ciencia, a los filósofos.
Esta división condicionaría también nuestra aproximación a la naturaleza. Nos podíamos situar ante el paisaje de manera romántica, sentimental, poética, subjetiva, apasionada… o bien de manera científica, fría, objetiva, mesurada, metodológica…No había opciones intermedias, no había gama de grises, ya que una postura invalidaba automáticamente la otra. Así la aproximación científica anulará la visión poética del paisaje y la visión poética la científica.

Hasta que las dos posturas no entran en crisis, de manera autónoma y precisamente por esta voluntad de autonomía y de división, no se empieza a percibir lo que el propio Snow llama unos años más tarde “Tercera Cultura”: una cultura surgida de la unión o, mejor dicho, del encuentro entre la humanística y la científica. Mientras los románticos morían de sentimiento, unos siglos más tarde los científicos morían de inanición sentimental, de asepsia y las dos de desconexión con la realidad. Cada una de las dos culturas tuvo que reivindicar y llevar al límite sus posturas –la una reclamando en su momento el arte por el arte y la otra reclamando la ciencia por la ciencia –para acabar dándose cuenta de que no tenía ningún sentido si se excluían mutuamente.

Fue este el momento en que los románticos se tuvieron que mirar el mundo con un poco más de distancia y los científicos tuvieron que salir del laboratorio y respirar aire puro. Y es en este punto del camino donde se encuentran y establecen los diálogos que los aproximarán, dándose cuenta de que sus posturas no son excluyentes, sino complementarias.

Será durante la segunda mitad del siglo pasado, sobre todo de las últimas décadas, cuando las “Dos Culturas” empiezan su andadura conjunta. Veremos como cada vez más, desde el mundo de la ciencia se reclama la potencialidad creadora y creativa del mundo del arte, pero también como desde el mundo del arte se asumen métodos, planteamientos y tecnologías científicas.

Es en este punto donde la razón poética y la razón científica confluyen y ensanchan sus horizontes respectivos y mutuos para poder avanzar y abrir un abanico infinito de posibilidades. Abanico que aprovecharán tanto los unos como los otros.

Todo este proceso no está exento de cierta tensión entre los elementos que lo conforman –a saber: hombre-naturaleza, naturaleza- tecnología, arte-ciencia…- y que se convierten en el caldo de cultivo idóneo para que surjan nuevos planteamientos, nuevos paradigmas que darán forma al proceso de construcción de la realidad en la que nos encontramos inmersos.

Nos damos cuenta, pues, de como las herramientas tecno-científicas nos ayudan a percibir, conocer y profundizar en la naturaleza y el paisaje, con tal de mostrarnos lo que podemos denominar el metapaisaje que hay detrás de lo que vemos. Nos permiten ver las conexiones ocultas que se construyen a partir de las relaciones y las interconexiones de los elementos que conforman este paisaje.

Es en este contexto dónde surge la poética del paisaje, la poética oculta tan sólo visible gracias a las herramientas y a los métodos de la ciencia y de la tecnología y que los artistas presentados utilizan para enfatizarla o intervenirla. No modifican el paisaje sino que van más allá y, a través de las herramientas y de los métodos, cambian esta estructura oculta, creando nuevas conexiones que la hacen más evidente. Transgreden el paisaje, modificando la esencia de éste.

Nos presentan, a través de diversa documentación (fotografías, vídeos…), la grabación de unos procesos de trabajo y a la vez de la naturaleza, donde observamos como los unos intervienen en los otros provocando la emergencia de nuevos espacios y de nuevas relaciones.

Lluís Sabadell i Artiga

English version

The Transgressed Landscape

The ways we have of representing the landscape and the personal experience it brings us are, essentially, a reflection of ourselves which eventually becomes a map drawn by our internal topography.

In the exercise of looking at the reality which surrounds us – and the landscape is a part of this, a set of elements which interrelate and create a frame, a limit, sometimes precise, sometimes diffused – we realise that in the process of looking and all the events which start from this (thoughts, attitudes, actions…) all the structure which shapes us (cultural, social, psychological, physical…) becomes obvious. And so, the link which is established between ourselves and the landscape we see leads us to a new construction of it.

And this construction does not refer to an artistic creation or representation but rather to a vision which emerges from our own structure of thought.

The way in which we conceive landscape also conditions how we confront it when the time comes to modify it. We could say that the first conscious modifications took place at the moment when man went from being a gatherer to being a farmer. This was a geographical modification of space. This change could even have been earlier, when this primitive man decided to cut a branch to make a cover from the rain, thereby creating an architectural modification of space.

It is probable that these two changes took place together, in a space of time we could call contemporary but not simultaneous, as a change must surely have taken place inside primitive man which enabled him to think of himself not only as another part in all his system, but also as a part which could reconvert certain elements of this ecosystem for his own use, by changing and modifying space.

This change of mentality produced a radical and profound change of the entire social, mental and sacred structure of man at the same time as it completely changed the face of the planet.

The discourses on our relation with nature raise the question as to whether we consider ourselves as one more part of a whole system or, on the contrary, that man does not belong to it and therefore is a different element. In a general way, these are two positions which define our role in nature.

If so-called primitive man considered himself the usufructuary of a territory, of a nature which surrounded him, of which he formed part and which offered him its fruits to feed himself in this specific context, it is logical that the sacred concept towards nature that is typical of ancestral civilisations should appear. We see then that the relation between what is sacred is still a relation of gratitude and interchange as well as fear in the face of what is larger and unknown. However, there is an identification between man and nature. And so any intervention that has a positive or negative effect on it, will directly affect man for he is part of it. All the ritual offerings to mother nature are therefore understandable.

We find ourselves then in a situation of equilibrium in which man and nature form a unity and this balance begins to be upset when human beings realise that they can intervene in this process and modify it – cultivate – the territory. This leads to the fact that man considers he has rights over the land he works, rights which result in a sense of ownership.

The bond of ownership does not become a situation of respect or equality, but just the opposite. It places us on another level with respect to what is owned; we are not an integral part of it now, man and nature have divided.

Was this change the beginning of a catastrophe or was it the beginning of an unbridled evolution-revolution towards a better world? Where is the boundary/limit of these modifications, of this evolution: historical, moral, of survival, spatial, technical, scientific…?

These are only a few of the questions that emerge when we think about landscape and the role played by man in its constant modelling. The work of the artists in this exhibition goes beyond this. All of them transgress not the concept of landscape, but rather landscape itself through the creation of hybrid landscapes which dilute the limits between what is natural and what is artificial. But at the same time, they cause us to reflect on what can be considered natural and what artificial. Does there really exist today (or has there ever existed) in a strict sense what is natural? Can a family of peas genetically modified according to the Mendelian method be considered artificial? Is it when it enters a laboratory that it is artificial? As always there are more questions than answers.

What relation becomes established between man and nature? And what happens when this relation is mediated by technology and/or science? There is no doubt that science is a structure of thought and a cultural construction. As Dora Fried Schnitman says, another social womb, however much we want to understand it, even today, as an objective vehicle, external to what is personal and human, external to what is subjective, in fact.

From the time of antiquity until the Middle Ages there was a conception of knowledge, of knowledge understood as a unity, even though categorised. These categories were not unconnected among themselves. There was only an opposition between knowledge and the absence of knowledge or ignorance, between light and darkness, but thought was a real continuum.

This unitary conception began to crack in the seventeenth century, called the century of science, when knowledge became specialised and the connection between the different branches gradually became lost. This process culminated in the twentieth century, in what C.P. Snow called the “two cultures”: humanistic and scientific.

Thus, there appeared the two great approaches to reality which have developed side by side until the present time. It is evident that reality itself has constantly cast doubt on this division, posing serious philosophical problems to scientists but, at the same time, contributing methodological layouts to philosophers.

This division would also condition our approach to nature. We could place ourselves before the landscape in a romantic, sentimental, poetic, subjective, passionate way… or instead in a scientific, cold, objective, measured, methodological manner… There were no intermediate options, there were no greys, as one position automatically invalidated the other. And so, the scientific approach will annul the poetic vision of the landscape and the poetic vision the scientific.

It is not until the two cultures enter in crisis, independently and precisely because of this desire for independence and division, that what Snow himself will call some years later the Third Culture starts to be noticeable. This is a culture that has emerged from the union, or the meeting between the humanistic and the scientific. While romantics died of feelings, a few centuries later scientists died of sentimental inanition, asepsis and both of them from disconnection with reality. Each of the two cultures had to assert and carry through their positions – the one claiming in its moment art for art and the other claiming science for science – to finish by realising that what they said had no meaning if they excluded the other.

It was at this time when romantics had to look at the world from a little more distance and scientists had to come out of their laboratories to breathe fresh air. And it is at this point that they met and established dialogues which brought them together by making them realise that their positions were not mutually exclusive, but complementary.

It was during the second half of the last century, especially the last decades, when the “two cultures” began to walk side by side. We will see how the creative potential of the world of art is increasingly claimed by the world of science, but also how methods, planning and scientific technologies are acquired by the world of art.

It is at this point that poetic reason and scientific reason come together and widen their respective and mutual horizons in order to advance and open an infinite range of possibilities which both will profit from.

This entire process is not without a certain tension between the elements that make it up – man-nature, nature-technology, art-science… – and which become the ideal field of cultivation for new plans, new paradigms to emerge from, which will shape the process of construction of the present reality.

We realise, therefore, how the new techno-scienific tools help us to observe, understand and go deeper into nature and landscape, in order to explain what we can call the metalandscape that there is behind what we can see. They enable us to see the hidden connections that are built up from the relations and interconnections among the elements that make up this landscape.

It is in this context that the poetics of landscape emerges, the hidden poetics that is only visible thanks to the tools and methods of science and technology and which these artists use to emphasise it or intervene in it. They do not change the landscape but instead they go further than that and, by using these tools and methods, change this hidden structure, creating new connections which make it more evident. They transgress landscape, modifying its essence.

By means of different documentation (photographs, videos…) they present the recording of processes of work and at the same time of nature, in which we observe how the ones intervene in the others provoking the emergence of new spaces and new relations.

Lluís Sabadell i Artiga