La naturaleza del hombre. El hombre es un ser formado, en esencia y en origen, de naturaleza. Esta es una realidad innegable que desgraciadamente olvidamos a menudo. No reconocer el sustrato natural de la especie humana es negar su sustrato básico. Fue sobre todo a partir de la modernidad, cuando se escindió la res cogitans de la res extensa, que este fundamento biótico le fue extraído al hombre. Se abría, de ese modo, una brecha que ha surcado el mundo occidental de arriba abajo desde su fundamento por construir una realidad alienada de la naturaleza y de nuestro propio cuerpo. Esta alienación se ha manifestado, en toda la existencia humana, en todos y cada uno de los actos y conceptos que de ella han surgido. Se habla de animal racional sin tener en cuenta, en ese sentido, la primera parte de la ecuación (la animalidad entendida como un lastre del que debemos desprendernos) con el deseo, en el fondo, de convertirnos en entes pensantes exentos de cualquier sustrato físico. Es así como la medicina occidental moderna ha separado, por ejemplo, toda conexión entre nuestros cerebros y nuestros cuerpos. Y no sólo eso, sino que además ha tratado cualquier enfermedad entendiendo el cuerpo como un conjunto disociado de órganos (no hay más que ver el cuadro de especialistas y especialidades médicas).

Perder el lugar. Esta disociación entre hombre y naturaleza ha provocado el hecho de que el ser humano pierda su lugar en la tierra y dentro del ciclo natural de la vida, y no lo digo en un sentido poético ni new age; lo digo a razón de unas intenciones de sustancia. Esta pérdida de lugar ha provocado también la falta de un sentido respecto a la naturaleza. El concepto de paisaje surge cuando nos independizamos como “individuos” modernos de nuestro entorno y podemos, por tanto, identificar el paisaje como un elemento externo a nosotros para admirarlo como objeto o res extensa. El primer paso hacia una reunión entre hombre y naturaleza sería hablar del mundo en segunda persona –como propone Jordi Pigem–, algo que nos permitiría establecer otro tipo de relación diádica entre dos elementos iguales. Ese tú en vez de él/ella nos coloca en una posición de igualdad y de proximidad que nos permite reinstaurar nuestro lugar en/con la naturaleza. La naturaleza ya no es lo otro, sino esto otro, y ese esto otro no se refiere a nada más que a nosotros mismos.

Escuchar. Poder hablar de tú a tú con la naturaleza implica ser capaces no sólo de incidir en el entorno, sino de tener la capacidad de escuchar; y este es un aspecto complejo en una sociedad egocéntrica como la moderna, en la que prima la individualidad por encima de todo. Deberíamos instaurar un parlamento de las cosas, como propone Bruno Latour, algo que, en última instancia, conlleva a su vez escuchar a la naturaleza, a nosotros mismos, a nuestro cuerpo y a nuestro sustrato natural que la medicina occidental ha obviado una y otra vez relegando esa responsabilidad a las máquinas y a los especialistas médicos. Ha llegado el momento, pues, de escuchar y de dejar de actuar a ciegas sobre el mundo.

La naturaleza ya no existe. Resulta inevitable pensar que la naturaleza ya no es ni será jamás una naturaleza en “estado puro”. La acción del hombre sobre el mundo tiene un currículum de más de treinta millones de años como para considerar que su huella no ha llegado, directa o indirectamente, en todos los lugares de nuestro planeta. En este sentido, el devenir del hombre sobre la tierra ha dejado y deja su traza día tras día. Si entendemos por naturaleza aquello que Descartes denominó res extensa, lo que existe por sí mismo fuera del hombre y de su pensamiento, esta naturaleza no-humana, puramente materialista, ya no existe. En un proceso de convivencia (o mejor aún, de envivencia entendida como vivir-en o ser-en) de una treintena de millones de años, la huella del hombre sobre la tierra (sustrato biótico) es innegable, y ya no es posible hablar de naturaleza en sí misma; conviene buscar otros términos. Al sustrato matricial caótico se le da forma ecoumenalmente (ecotecno-simbólicamente). La tierra, cuando en ella inciden la tecnología y la cultura, se transforma en mundo. Ya no vivimos en la tierra, vivimos en el mundo.

Trayección básica: la trayección biótica. Todo ser vivo es un sistema que necesita energía para poder subsistir: la célula de una planta, un elefante, un hombre, todos requieren en ese proceso vital una energía que transforman incesablemente. En su devenir, cualquier ser vivo es un interior que toma del exterior unos recursos que modifican este interior y este exterior. Cuando comemos una manzana nos alimentamos y transformamos la materia en energía y en otra materia (células…) cambiando al mismo tiempo lo exterior (la manzana). Cuando comemos estamos interiorizando el mundo y exteriorizándonos a nosotros mismos. Obviamente, esta trayección es básica, pues afecta a cualquier ser vivo, aunque esa misma trayección puede evolucionar y devenir cada vez más compleja hasta llegar a un nivel de simbolización y mediación muy elevado; sería lo que Augustín Berque denomina el devenir ecoumenal (eco-tecnosimbólico). En este texto trataremos dos aspectos –fundamentales, a mi modo de ver–, de la trayección: el alimento y la casa en tanto que motores de transformación constante del entorno (del mundo).

Nuestra fisiología y el entorno. La necesidad básica de todo ser vivo es la de satisfacer los requerimientos de alimento, un hecho que nos obliga a establecer una relación con el entorno. Así pues, nuestra fisiología tendrá sentido sólo si permanece en contacto con este entorno que la define. Somos como somos a partir de cuál y cómo es nuestro entorno. Para poder recibir energía en forma de materia hay que poder percibirla y asimilarla, además, como alimento. Ello implica que nuestra fisiología se fundamenta y se constituye, en un principio, en función de estos dos parámetros.

El movimiento trayectivo básico y universal: el alimento. La necesidad básica de alimento establece una relación trayectiva con el entorno, debido a que a partir de una necesidad interior primaria (comer) interactuamos –primero cognitiva y después técnicamente– sobre nuestro entorno (tomando ese alimento y, por tanto, incidiendo en él en tanto que modificándolo). Se trata de un movimiento básicamente trayectivo, puesto que nos conecta a un vivel muy básico –aún no cultural– y común a todo ser vivo con nuestro interior y nuestro exterior. En este sentido, los bioquímicos Maturana y Varela hablan de dar luz a un mundo; en expresión de Berque, nosotros nos cosmatizamos (hacemos cosmos) en el mundo, pero también lo somatizamos (hacemos cuerpo) de manera constante. Este es precisamente el movimiento trayectivo que mantiene al paisaje en mutación constante; un ir y volver entre nuestro interior y nuestro exterior que jamás se detiene y que mantiene el fragor de la vida en movimiento.

La trayección biológica y la “trayección cultural”. Podemos distinguir dos tipos de trayecciones: las que parten de las necesidades básicas fisiológicas de nuestro propio devenir como seres vivos –comer, nido, reproducción, que en mayor o menor medida son universales– y las que surgen a partir, y a posteriori, de las primeras; habría que hablar, en tal caso, de trayección cultural. Las dos tienen una incidencia directa sobre el entorno. Cuando las necesidades básicas están cubiertas puede surgir un devenir cultural, una relación con nuestro entorno que es fruto de un superávit de tiempo y de energía que va más allá del hecho mismo que supone satisfacer las necesidades básicas. Ello implica, a su vez, el desarrollo de una relación simbólica compleja que, en última instancia, vehicula esta relación con el exterior, y lógicamente ahí incide, también, de forma directa. Observamos, entonces, que el movimiento trayectivo biológico puede acabar convertido en un movimiento trayectivo mucho más complejo, como el cultural, que hace de mediación entre nuestro interior y nuestro exterior.

El surgimiento de la agricultura: la estabilización de la primera necesidad. La aparición de la agricultura, junto con la revolución tecnológica, hizo posible estabilizar una de las necesidades básicas principales: la alimentación. Y los efectos de esa estabilización también repercutieron en la relación con la naturaleza, debido a la aparición del sedentarismo y otras repercusiones sociales, económicas, etc. Pero lo que más nos interesa es el surgimiento de una nueva relación con la segunda de las necesidades básicas: el refugio. El establecimiento, más o menos permanente, posibilitaba el desarrollo y el arraigo del refugio, que tomó cuerpo y forma en la casa. Un cambio tecnológico como la agricultura provocó, por extensión, un cambio en el refugio transformándolo en casa y posteriormente en hogar.

Las necesidades concéntricas. Como se puede ver, pues, el ámbito en el que nos movemos corresponde al del análisis del fondo más animal del ser-en-el-mundo, y puesto que es el más fundamental se convierte al mismo tiempo en el más universal. Se podría realizar un esquema mediante círculos que se añadirían concéntricamente a las necesidades de los hombres, empezando por las más básicas –y, por tanto, más universales– hasta las más individuales y subjetivas o culturales. De ese modo, colocaríamos el alimento en el círculo más externo; a continuación vendría el refugio, y finalmente la reproducción. Estos tres factores son comunes a casi la totalidad de los seres vivos. A partir de aquí empezaría a diluirse la necesidad en especificidad y aparecería la necesidad social o de comunicación grupal que desembocaría en la cultura: una necesidad propia y específicamente humana. Dentro de la cultura hallamos distintos niveles de relación de necesidad que se van individualizando. (En efecto, la necesidad de saber leer resulta bastante más universal y común que la de poseer un coche cuatro por cuatro o un chalet lozano en la Cerdanya).

El segundo elemento trayectivo básico: el “refugio”. Si por un lado el alimento es el primer fundamento trayectivo, en un segundo estadio aparece la necesidad de encontrar refugio, acogimiento. Para las hormigas, los pájaros, los castores y otros muchos animales, el segundo fundamento principal de la vida, después de la búsqueda del alimento, es la construcción del nido, del refugio o de la casa. Esta es una necesidad básica de todos los seres vivos (algunos peces o animales de gran tamaño no sienten necesidad de construir un nido, pero sí en cambio de defender su territorio: su nido-estado construido y provisto de fronteras invisibles como las de nuestros países). Esta es la segunda gran acción trayectiva de los seres vivos sobre el mundo, una acción que transforma nuestro entorno, de forma permanente, en mayor o menor grado. Una colonia de hormigas construyendo sus casas, una cigüeña fabricando su nido sobre un árbol o un conejo están transformando de manera brutal su propio entorno, por más que desde nuestro punto de vista esas transformaciones nos parezcan insignificantes.

Las relaciones y los “meta-entornos”. Podemos decir que nuestro ser-en-el-mundo se fundamenta, básicamente, en las relaciones que establecemos con lo que nos rodea. Dentro de esa gran esfera de lo que nos rodea y de lo que nos es más próximo, debemos incluir a los demás seres-en-el-mundo que comparten nuestra esfera . Por tanto, dentro del entorno habrá también otros seres humanos que serán entorno. Por ello, cuando hablemos de entorno nos referiremos a lo material y a lo humano que existe a nuestro alrededor. Al mismo tiempo, nosotros mismos nos convertimos en entorno, pues somos entorno de otros entornos. El ser-en-el-mundo, en realidad, es ser-mundo. Ello crea entornos físicos no tan sólo a nuestro alrededor, sino también meta-entornos, que son los entornos psicológicos, culturales y sociales muy presentes, aunque no siempre visiblemente, ya sea porque son inmateriales o bien porque en nuestra vida cotidiana han pasado a ser invisibles. Estos meta-entornos son los que nos permiten la vida en comunidad y, más extensivamente, la vida en sociedad.

El meta-hogar o la casa-nación y el sentido identitario con la tierra. En su tratado titulado Esferas, Peter Sloterdijk plantea la idea de que el paso de la esfera íntima a la colectiva pasa por la formación de globos que son formaciones identitarias comunes. Si la familia consiste en una primera envoltura existencial que toma forma en el hogar, la nación-patria amplifica este sentido identitario hasta nuestra identidad con el país como una extensión del hogar. Hogar y país se convierten en sinónimos. Este sentimiento patriótico sirve de catalitzador para formar coagulaciones sociales que son fruto de las relaciones estructuradas de conjuntos grandes de población.

El efecto amplificador de la sociedad. El cambio de culturas nómadas a culturas sedentarias provoca un crecimiento muy importante de las poblaciones. Inicialmente, el hombre vivía en tribus más o menos reducidas por razones eminentemente prácticas, pues de no haber sido así los desplazamientos se habrían convertido en éxodos. El asentamiento en enclaves fijos hace que la vida en comunidad pase a ser una vida en sociedad con las consecuencias que el hecho en sí mismo conlleva. La más importante de ellas, por el tema que nos ocupa, es que la incidencia de un individuo o de un grupo reducido de individuos en el entorno se ve amplificada exponencialmente con el incremento masivo de la población. La sociedad, con los consecuentes sobredimensionamientos culturales, provoca cambios mucho más rápidos y las consecuencias son mucho más importantes. Las hormigas, por ejemplo, son seres sociales, pero no culturales, que inciden constantemente en el mundo, y esencialmente en su-mundo, construyendo los hormigueros. Su carácter social hace que puedan intervenir de forma mucho más potente en el mundo adecuándolo a sus necesidades.

Todos trabajamos por un mundo mejor. Todo ser vivo lleva adherido genéticamente el impulso por cubrir sus necesidades, y las básicas más ferozmente que otras. Ello implica, como hemos visto, incidir de manera decisiva en su entorno para adecuarlo a dichas necesidades, sobre todo a través del nido. En este proceso de cambio, el objetivo es crear un mundo-mejor-en el que-vivir. El hormiguero que construyen las hormigas es, en realidad, su mundo-mejor-en el que-vivir. Por tanto, en todo proceso básico de trayección vital hay un sentido de utopía, ya sea en los animales o en las personas, por construir dicho mundo mejor. El hecho de tener más o menos éxito en este impulso depende del acierto a la hora de establecer nuestras prioridades respecto a las necesidades a satisfacer.

Las relaciones complejas. Com ya hemos explicado, cuando las necesidades básicas están cubiertas disponemos entonces de ese superávit de tiempo y de energía que nos permite desarrollar formas más complejas de relación. Ahí es de donde surgen los meta-entornos. La cultura es el meta-entorno que engloba el devenir de superávit del ser humano en la tierra. La cultura ejerce de filtro a la hora de incidir en el mundo hasta distorsionar las necesidades básicas, de manera que éstas pasan a ser casi invisibles. Con todo, el sustrato cultural que se ha ido acumulando sobre nuestra existencia –más aún desde la aparición de la modernidad– la parte más animal del hombre, es decir, las necesidades básicas, ha pasado a convertirse en estos elementos invisibles, muchas veces molestosos para la cultura cuando han sido transformados por ella en formas de atrofia posmoderna: el chalet, la nouvelle couisine, etc.

La economía como metáfora cultural de ordenación de los fundamentos básicos de la vida: casa y comida. Para poder establecer un vínculo que regule y ordene las relaciones que aparecen a partir de la cultura del superávit surgida ya en el neolítico, el hombre desarrolla un sistema superefectivo y práctico como el del dinero y, a nivel amplificado, el de la economía. Pese a que se han asociado a estos dos conceptos unos valores morales eminentemente negativos, no deja de ser un sistema simbólico de intercambio amoral en sentido estricto, es decir, desprovisto de moral.

El filtro cultural y la economía. La cultura, entendida como el devenir simbólico del ser en la tierra, ejerce como filtro a la hora de incidir sobre el mundo a través de la técnica. Y, como ya hemos indicado, el incidir en el mundo, o el acto de trayectar, viene regido en primera instancia por las leyes básicas del alimento y del hogar. Así es como la cultura hace de cedazo entre nuestras necesidades básicas y el mundo desarrollando una técnica a través de la cual plasmamos estas necesidades básicas en el entorno y en el meta-entorno. Es, por tanto, la lente cultural la que optimitzará o no los recursos del entorno, atorgando, ahora sí, una carga moral a la economía.

Subtrofia e hipertrofia de la casa y de la comida. Las atrofias de las relaciones básicas del hombre con su entorno vienen provocadas por atrofias morales adquiridas tras miles de años de errores y malentendidos. Las atrofias son, pues, desequilibrios presentes dentro de nuestro ecosistema por exceso o por defecto y están relacionadas con los dos elementos básicos de la vida: la casa y la comida. La hipertrofia de las primeras potencias económicas mundiales genera un exceso –no en balde el país más rico del mundo es también un de los países más gordos del mundo–, y la subtrofia, un defecto. Estas atrofias tienen su origen en la relación de posesión que establecemos con nuestro entorno y con sus fundamentos básicos.

Reformular las relaciones trayectivas básicas: la casa y la comida. Es preciso reformular de buen comienzo, pues, nuestras relaciones básicas con el entorno desde los dos aspectos que actualmente están en crisis y que son los fundamentales: la casa y la comida. Una sociedad sin estos factores en equilibrio (sea por hipertrofia o bien por distrofia) no tendrá jamás un desarrollo social y cultural armónico y equilibrado. Ello se constata en las innumerables guerras que asolan a nuestro planeta: todos los conflictos bélicos, sin excepción, están provocados por los desequilibrios con la casa (invasiones de países, nacionalismos…) y con la comida (control de los recursos energéticos). Al mismo tiempo, la situación de descontrol urbanístico en la que se encuentra nuestro país también denota una relación muy poco consciente con el elemento casa.

La emergencia del cambio como movimiento concéntrico. Reincidimos en el esquema de las necesidades de los seres vivos. Aquí tiene lugar un proceso de concentración a medida que nos acercamos a su centro. De ese centro emerge el sujeto que reclama un sinfín de necesidades personales y perentorias, circunstanciales y no universales. Se produce, pues, una fuerza concéntrica desde el exterior hacia el interior. Desde lo universal hacia lo concreto. Por tanto, se hace tremendamente difícil un cambio de mentalidad excéntrico (de dentro hacia fuera); debemos tener en cuenta que la misma sociedad utiliza esa misma denominación muy a menudo despectivamente. Si no queda más remedio, conviene que el cambio sea concéntrico de fuera hacia dentro (de lo universal a lo concreto). Si traqueteamos las necesidades básicas y fundamentales de todos los hombres, el resto de necesidades se reformularán automáticamente. En definitiva, quedarse sin el cuatro por cuatro puede suponer un descalabro más o menos soportable, pero el hecho de quedarse sin hogar y sin comida nos obliga a observar la vida con ojos distintos.

La crisis como emergencia. La crisis ecológica en la que hoy estamos inmersos es precisamente una crisis que afecta a nuestro hogar, que es el planeta tierra (el término ecológico proviene del griego oikos, que significa casa, hogar) y ello conlleva, paradójicamente, que sea al tiempo una crisis del alimento, pues, en tal caso, nuestra casa es la que nos proporciona la comida. Así pues, esta crisis es el motor de cambio que provocará un giro social, económico, tecnológico y político que regenerará todo nuestro mundo y reubicará, de forma drástica, radical e incontestable, las relaciones de necesidad que establecemos en nuestra vida con nuestro entorno. Si no decidimos cambiar voluntariamente, será la propia casa, la tierra, la que nos cambiará a nosotros y a nuestro mundo.

Reciclar la humanidad. Para que este cambio tenga lugar, es preciso que se produzca una circunstancia fundamental: que reciclemos la humanidad. Y cuando hablo de reciclar lo hago en el sentido literal del término: colocar de nuevo en el ciclo. Si el hombre no hubiese perdido su conexión más íntima con la naturaleza y no se hubiese autoexiliado del ciclo de la vida, actualmente no estaríamos en la situación en la que estamos. Conviene, pues, recuperar nuestro lugar en el ciclo. Regresar al ciclo significará volver a la vida. Si ha sido la modernidad la que nos ha conducido aquí, ha sido la posmodernidad la que ha detectado el sin sentido y lo que tiene de obsoleto esta propuesta. La máquina moderna ha caducado. Es el momento, pues, de volver a lo biótico. Retornar al ciclo natural significa recuperar también nuestra eternidad perdida, puesto que dejamos de ser teleológicos, unidireccionales, futuribles, lineales y temporales. Dejaremos de ser unos in-presentables, es decir, dejaremos de no estar en el presente. Si retornamos al ciclo nos convertiremos en sistémicos, caóticos, atractivos, dinámicos y sintéticos. Seremos nuevamente presentables; viviremos, al fin, en un presente continuo.

El momento sintético o transmoderno. Así pues, ser sintéticos en sentido estricto significa que sintetizaremos el conocimiento del pasado reciclándolo a un nuevo presente. Se trata de un reciclaje a todos los niveles: industrial, social, político, económico, etc. Tenemos que dejar de producir cosas de usar y tirar. Debemos abandonar la era kleenex para llegar a un punto en el que todo lo que hacemos y hagamos sea útil –y cuando digo hacemos y hagamos lo digo en un sentido de devenir–; todo lo que seamos con nuestros pensamientos y actos tiene que formar parte de un ciclo que les sea útil a los que vengan. Nuestros detritos deben ser alimento para los demás. Todo tiene que ser reciclable, no sólo industrialmente, sino también vitalmente. Romper con la falacia moderna que nos hace creer que el ciclo vital es nacimiento-vida-muerte y nada más, cuando, en realidad, ese ciclo vital es nacimiento-vida-muerte-descomposición-vida para otro. En este sentido, ser sintético significa también ser transmoderno: trascendir la modernidad. Ser en el ciclo significa ser consciente y dejarse vivir en la aparente inestabilidad de la mutación constante.

BIBLIOGRAFÍA

Berque, Agustín, Le paysage de Cyborg, Quintana, vol. 2, 2003, “Espacios y percepciones”.
Böhme, Gernot, Perspectivas de una filosofía de la naturaleza de orientación ecológica, en H.R. Fischer, A. Retzer y J. Schweizer, El fin de los grandes proyectos, Gedisa, Barcelona, 1997.
Capra, Fritjof, La trama de la vida. Anagrama, Barcelona, 1996.
Sloterdijk, Peter, Esferas I. Burbujas. Siruela, Madrid, 200
Trías, Eugenio, Ciudad sobre ciudad. Arte religión y ética en el cambio de milenio, Destino, Barcelona, 2001.
Trías, Eugenio, La Edad del Destino, Barcelona, 2000.
VV.AA. Mouvance, cinquante mots pour le paysage, Éditions de la Villette, París, 1999.

English

RECYCLING HUMANITY (or the need to reformulate the basic trajections of man)

The nature of man. Man is a being formed in essence and in origin from nature. This is an obvious reality that, unfortunately, we often forget. Failing to recognize the natural substrate of the human species is to deny its basic substrate. It was above all from modernity, when the res cogitans was split up from the res extensa, that man was deprived of this biotic foundation. In this way a crack opened up that has ploughed the Western world from top to bottom since its foundation to construct a reality alienated from nature and our own body. This alienation has been expressed throughout human existence in each of the events and concepts that have emerged. We talk of the rational animal underestimating, in this sense, the first part of the equation (animality understood as a burden which we must cast off) desiring, at root, to become thinking entities exempt from any physical substrate. It is in this way, for example, that modern Western medicine has separated all connection between our brains and our bodies. And not only this, but has also approached any illness by understanding the body as a dissociated set of organs (it is only necessary to see the list of specialists and medical specialities.)

Losing place. This dissociation between man and nature has resulted in human beings losing their place on Earth and within the natural cycle of life and I say this not from a poetic or new age point of view but rather from a substantial one. This loss of place has also meant the lack of a feeling towards nature. The concept of landscape emerges when we become modern “individuals” independent from our surroundings and we can, therefore, identify the landscape as an element external to ourselves to admire it as an object or res extensa. The first step towards a reunion between man and nature would be to talk of the world in the second person – as Jordi Pigem proposes – which will allow us to establish other types of dyadic relationships between two equal elements. This you instead of he/she places us in a position of equality and of proximity that allows us to reinstate our place in/with nature. Nature is no longer that other but is this other and this this other refers only to ourselves.

Listening. Being able to speak on an equal basis with nature means being capable not only of speaking, affecting surroundings, but of having the capacity to listen – a very difficult aspect in an egocentric society like the modern one where individuality is put before and above all. We would have to set up a parliament of things, as Bruno Latour proposes, which finally also means listening to nature, to ourselves, to our body and to our natural substrate that Western medicine has largely forgotten, relegating this responsibility to machines and to medical specialists. Therefore, the moment has arrived to listen and stop blindly acting on the world.

Nature no longer exists. It is inevitable to think that nature is not nor will ever be more than a nature in “pure state”. The action of man on the world has a history of more than thirty million years to believe that he has not, directly or indirectly, left his mark on all the corners of our planet. In this sense the development of man on Earth has left and is leaving his mark day after day. If we understand by nature what Descartes called res extensa, that which exists in itself outside of man and his thought, this non-human, purely materialist nature no longer exists. In a process of co-existence (rather one should talk of in-existence understood as living-in or being-in) of around thirty million years, the mark of man on Earth (biotic substrate) is undeniable and now we can no longer talk of nature as such, it is necessary to find other terms. The chaotic matricial substrate is given form ecumenally (eco-techno-symbolically). The Earth, with the effect of technology and culture, is transformed into world. We no longer live on the Earth, we live in the world.

Basic trajection: biotic trajection. Any living being is a system that needs energy to be able to subsist: from a plant cell to an elephant or a man, all require, in this life process, energy that they constantly transform. In its development any living being is an interior that takes from the exterior resources that modify this interior and this exterior. When we eat an apple we feed ourselves and transform the matter into energy and into other matter (cells…) also changing the exterior (the apple). By eating we are interiorizing the world and exteriorizing ourselves. Obviously this trajection is basic because it affects any living being but this very trajection can evolve and become increasingly more complex until reaching a high level of symbolization and of mediation, which would be what Augustin Berque calls ecumenal development (eco-techno-symbolic). In this text we will develop the two fundamental elements, in my opinion, of trajection: food and home as motors of constant transformation of the surroundings (of the world).

Our physiology and the surroundings. The basic need of all living beings is that of satisfying the requirements of food and this fact obliges us to establish a relationship with the surroundings. Therefore, our physiology will only make sense if it is in contact with these surroundings and these surroundings define it. We are how we are based on how our surroundings are. In order to receive energy in the form of matter we must be able to perceive it and, moreover, assimilate it as food. This implies that our physiology is founded and constituted, in principle, in function of these two parameters.

The basic and universal trajective movement: food. The basic need to feed establishes a trajective relationship with the surroundings given that, based on a primary interior need (to eat), we interact, first cognitively and then technically, on our surroundings (taking this food, and therefore affecting and changing it). This is a basically trajective movement given that it connects at a very basic– not yet cultural – level common to all living beings our interior and our exterior. In this sense, the biochemists Maturana and Varela talk of giving birth to a world; in the words of Berque we cosmosize ourselves (we make a cosmos) in the world but, also, we somatize it (we make body) constantly. This is precisely the trajective movement, which keeps the landscape in constant mutation, a movement to and fro between our interior and our exterior which never stops and that maintains the buzz of life in movement.

Biological trajection and cultural trajection. We can distinguish two types of trajections: those based on the basic physiological needs of our own development as living beings (food, nest, reproduction) which to a greater or lesser extent are universal and those which emerge based on and a posteriori to the former; we would speak in this case of cultural trajection. Both have a direct influence on our surroundings. When the basic needs are covered a cultural development can emerge, a relationship with our surroundings which is the result of a surplus of time and energy and which goes beyond what is meant to satisfy basic needs. This also involves the development of a complex symbolic relationship, which finally channels this relationship with the exterior and obviously also directly affects it. Thus we see how the biological trajective movement can finally become a much more complex trajective movement, as is the cultural, which mediates between our interior and our exterior.

The emergence of agriculture: the stabilization of the primary need. The appearance of agriculture, together with the technological revolution it brought, made it possible to stabilize one of the main basic needs: food. The effects of this stabilization also had repercussions on the relationship with nature as sedentariness emerged together with social, economic and other repercussions. But what most interests us is the emergence of a new relationship with the second of the basic needs: shelter. The establishment, more or less permanent, allowed the development and the rooting of the shelter which gave body and form to the house. A technological change like agriculture provoked, by extension, a change in the shelter transforming it with time into a house and later into a home.

Concentric needs. As we have seen the ambit in which we move is the analysis of the most animal root of the being-in-the-world and because it is the most fundamental it also becomes the most universal. It is possible to make a diagram through circles that would concentrically be added to the needs of men beginning with the most basic and therefore most universal, until the most individual and subjective or cultural. Therefore, we would locate food on the outermost circle, then shelter and afterwards reproduction. These three factors are common to almost all living beings. From here the need would begin to be diluted in specificity and the social or group communication need would emerge which would lead to culture: a specifically human need. Within culture we can find different levels of relationship of need that gradually individualize (the need to know how to read is more universal or common than the need to have a jeep or a chalet in the mountain).

The second basic trajective element: shelter. If on the one hand food is the first trajective foundation, on the second level we find the need to find shelter, accommodation. For ants, birds, beavers and many other animals the second main foundation in life after the search for food is the construction of the nest, of the shelter or the house. This is a basic need for all living beings (some large fish or animals do not have the need to make a nest but they do defend their territory: their nest-state constructed with invisible frontiers like those of our countries). This is the second great trajective action of living beings on the world, an action that constantly transforms our surroundings to a greater or lesser extent. A colony of ants constructing its ant-hill, a stalk making its nest in a tree or a rabbit are radically transforming their own surroundings, although from our point of view these transformations can seem insignificant.

Relationships and the meta-surroundings. We can say that our being-in-the-world is mainly based on the relations that we establish with what surrounds us. Within the great sphere of what surrounds us and is closer to us, we must also include the other beings-in-the-world that share our sphere. Therefore, within the surroundings there are also other human beings who will become surroundings. When we talk of surroundings, therefore, we refer to the material and to the human that exists around us. However, at the same time, we ourselves also become surroundings given that we are the surroundings of other surroundings. The being-in-the-world in fact is being-world. This not only creates physical surroundings around us but also meta-surroundings which are the psychological, cultural and social surroundings that are often not visibly present because they are immaterial or because in our daily existence they have become invisible. These meta-surroundings are those that allow community life and, more extensively, society life.

The meta-home or the house-nation and the feeling of identity with the Earth.In his treatise Spheres Peter Sloterdijk poses the idea that the passage from the private sphere to the collective goes through the formation of globes that are common identity formations. If the family consists of a first existential wrapping that shapes the home, the nation-patria amplifies this sense of identity until establishing our identity with the country as an extension of the home. Home and country become synonyms. This patriotic feeling serves as a catalyser to form social coagulations that emerge from the structured relationships of great groups of population.

The amplifying effect of society. The change from nomadic cultures to sedentary cultures provokes a large growth in populations. First people live in tribes more or less reduced for eminently practical reasons given that if not the movements would have become exoduses. The settlement in fixed enclaves means that community life becomes society life with the consequences that this implies. The most important aspect for the issue that concerns us is that the influence of an individual or a small group of individuals on the surroundings is highly amplified exponentially with the massive increase in population. Society, with the consequent cultural expansion, provokes much faster changes and the consequences are much more serious. Ants, for example, are social but not cultural beings that constantly affect the world and essentially their-world, constructing ant-hills. The social nature of the ant-hills means that they can intervene much more powerfully in the world, adapting it to their needs.

We all work for a better world. All living beings are genetically programmed with the impulse to cover their needs, above all the basic. This means, as we have seen, decisively affecting their surroundings to adapt it, above all with the nest, to their needs. In this process of change what is sought is to create a better-world-to-live-in. The ant-hill constructed by the ants is in fact their better-world-to-live-in. Therefore, in any basic process of life trajection there is a sense of utopia, whether in animals or in persons, to construct a better-world-to-live-in. The fact of having more or less success in this impulse only depends on the accuracy when establishing our priorities for the needs to be satisfied.

Complex relationships. As we have seen, when the basic needs are covered we have a surplus of time and energy that allows us to develop much more complex ways of relating. This is how the meta-surroundings emerge. Culture is the meta-surroundings that, we can say, encompasses the surplus development of the human being on Earth. Culture acts as a filter when affecting the world until distorting the basic needs in such a way that they become almost invisible. With all the cultural substrate that has been accumulated about our existence – and more since the appearance of modernity – the most animal part of man or the basic needs have become invisible elements and in many cases troublesome for culture or have been regurgitated by it in forms of postmodernist atrophy: the chalet, nouvelle cuisine.

Economy as a cultural metaphor of organization of the basic foundations of life: house and food. In order to be able to establish a link that regulates and organizes the relationships that appear through culture of the surplus which emerged from the Neolithic, man develops a super-effective and practical system as is that of money and on a higher level, that of the economy. Although these two concepts have been associated with a series of eminently negative moral values, it is still a symbolic system of amoral exchange (in the strict sense, that is, without morals).

The cultural filter and the economy. Culture understood as a symbolic development of the being on Earth acts as a filter when affecting the world through technique. And as we have seen, affecting the world or the act of trajecting is primarily governed by the basic laws of food and home. Thus, culture acts as a sieve between our basic needs and the developing world, a technique through which we shape these basic needs in the surroundings and in the meta-surroundings. It is, therefore, the cultural lens which will optimize or not the resources of the surroundings now providing a moral charge to the economy.

Subtrophy and hypertrophy of the house and eating. The trophics of the basic relationships of man with his surroundings are provoked by moral trophics acquired after thousands of years of mistakes and misunderstandings. The trophics are therefore imbalances within our ecosystem by excess or by defect and are related with the two basic elements of life: house and food. The hypertrophy of the first economic powers of the world generates an excess (not for nothing the richest country in the world is also one of the fattest countries of the world) and the subtrophy a defect. These trophics have their origin in the relationship of possession that we establish with our surroundings and with its basic foundations.

Reformulating the basic trajective relationships: house and food. It is therefore necessary to first reformulate our basic relationships with the surroundings from two aspects that are currently in crisis and that are fundamental: house and food. A society without these aspects in balance (whether through hypertrophy or dystrophy) can have neither a socially nor culturally harmonious and balanced development. This is evident in the innumerable wars that assail our planet: all military confrontations, without exception, are provoked by imbalances with the house (invasion of countries, nationalisms…) and with food (control of energy resources). Moreover, the situation of development chaos of our country also denotes a largely unaware relationship with the house element.

The emergence of change as a concentric movement. Let us return to the diagram of needs of living beings. In this diagram a process of concentration is produced as we approach its centre. In the middle of this is the subject that demands a multitude of personal and peremptory, circumstantial and non-universal needs. A concentric force is thus produced from the exterior to the interior. From the universal towards the concrete. Therefore, a change of eccentric mentality is very difficult (from inside to outside) – society itself already uses this same denomination, often contemptuously. If there is no alternative, the change must be concentric from outside to inside (from universal to concrete). If we make the basic and fundamental needs of all persons shake, the remaining needs will automatically be reformulated. In short, being without a jeep can mean a more or less bearable calamity but being without a house and without food makes us see life through other eyes.

Crisis as an emergency. The ecological crisis we are currently experiencing is in fact a crisis that affects our house which is the planet Earth (the term ecological comes from the Greek oikos meaning house) and this implies, paradoxically, that it is also a crisis of food as, in our case, our house gives us food. This crisis is therefore the driving force that will lead to a social, economic, technological and political shift that will regenerate our whole world and drastically, radically and unquestionably relocate the relationships of need that we establish in our life with our surroundings. If we do not decide to voluntarily change it will be the house, the Earth, that which will change us and our world.

Recycling humanity. For this change to take place a fundamental circumstance must appear: we must recycle humanity. When talking of recycling I do so in the literal sense of the term: to return to the cycle. If man had not lost his most intimate connection with nature and had not exiled himself from the cycle of life we would not currently be in the situation we are. It is, therefore, necessary to recover our place in the cycle. Resuming the cycle will mean resuming life. If modernism has taken us to this point, postmodernism has realised this meaning and the obsolescence of this proposal. The modern machine has expired. It is, therefore, the moment to resume what is biotic. Resuming the natural cycle means recovering our lost eternity as we give up being teleological, unidirectional, speculative, lineal and temporal. We give up being un-presentable; that is, we will cease not being in the present. If we resume the cycle we will become systemic, chaotic, attractive, dynamic and synthetic. We will be presentable again, we will therefore live in a present continuous.

The synthetic or transmodernist moment. Thus, being synthetic strictly speaking means that we will synthesise all the knowledge of the past, recycling it in a new present. This new present involves a recycling at all levels: industrial, social, political, economic… We must, therefore, cease producing disposable things. We must abandon the Kleenex era to reach a point where everything we do is useful, and when I say do it is in a sense of becoming, everything we will become with our thoughts and our acts must be immersed in a cycle that serves those coming after us. Our waste must feed the others. Everything must be recyclable, not only industrially but also in terms of life. Uncovering the modern fallacy that makes us believe that the life cycle is birth-life-death and that it ends here when, in reality, the life cycle is birth-life-death-decomposition-life for another. In this sense, being synthetic also means being transmodernist: transcending modernism. Being in the cycle means being aware and letting oneself live in the apparent instability of constant mutation.

BIBLIOGRAPHY

-BERQUE, A., Le paysage de Cyborg, Quintana, vol. II, 2003, “Espacios y percepciones”.

-BÖHME, G., “Perspectivas de una filosofía de la naturaleza de orientación ecológica”, in H.R. FISCHER, A. RETZER and J. SCHWEIZER, El fin de los grandes proyectos, Ed. Gedisa, Barcelona, 1997.

-CAPRA, F., La trama de la vida, Ed. Anagrama, Barcelona, 1996.

-SLOTERDIJK, P., Esferas I. Burbujas, Ed. Siruela, Madrid, 2003.

-TRIAS, E., Ciudad sobre ciudad. Arte, religión y ética en el cambio de milenio, Ed. Destino, Barcelona, 2001.

-TRIAS, E., La Edad del Espíritu, Ed. Destino, Barcelona, 2000.

-Various authors, Mouvance, cinquante mots pour le paysage. Éditions de la Villette. Paris, 1999.